El «zoomestre» ha llegado a su fin y, ¿quién diría que íbamos a extrañar tanto ir a la escuela? Los salones, el olor a pasto en Jardín Central, el bullicio en la cafetería junto al Moyo, la fila interminable en las impresiones y el tráfico diario de estudiantes caminando apresurados en los pasillos de la universidad.

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Transcurría el mes de marzo, apenas nos recuperábamos del caos generado a partir de una ola de especulaciones alrededor de una Tercera Guerra Mundial cuando llegó el COVID-19 a México. Unos se apanicaban y reunían firmas para pedirle a la UP que suspendiera las clases. Otros, creían que era una completa exageración y se negaban rotundamente a la suspensión de clases por un par de casos aislados en el país. He de confesar que yo era parte del segundo grupo y realmente no estaba ni un poquito consciente de la gravedad de la situación.

Parecía que el sueño de cualquier estudiante se había cumplido: ¡no había que ir a la escuela! De un momento para otro, las aulas se convirtieron en la pantalla de una computadora, los rostros de los estudiantes se transformaron en circulitos de diferentes colores con iniciales y el semestre se convirtió en «zoomestre». Y en efecto, parecía un sueño, pero pronto te cayó el 20 de que no era uno tan bueno, ni del que no quieres despertar.

Sin previo aviso y de manera casi inmediata tuvimos que decirle adiós a una vida a la que estábamos acostumbrados. Al principio pensábamos que no estaba tan mal. Podías despertar unos minutos más tarde de lo habitual, regresar a la cama después de la clase de 7:00 AM (o nunca salir de ella) y probablemente en algún punto creíste tenías tiempo de sobra para hacer todo. 

Pero las semanas comenzaron a transcurrir y lo que confiabas que se habría terminado en cuestión de un par de meses, se ha prolongado mucho tiempo más.

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Seguramente tu yo de ahorita estaría riéndose a carcajadas de tu pobre tú de marzo. Pero también estaría muy orgulloso, ¿y cómo no estarlo? Ha llegado el final de uno de los episodios más retadores a los que seguramente tendrás que enfrentarte a lo largo de tu vida universitaria, lo lograste. 

Nada de lo que hayas aprendido este “zoomestre” es poca cosa. Quizás lograste despertar a tiempo para la clase de 7 y salir de la cama para tomar apuntes. O puede que aunque en un momento parecía imposible, hayas logrado organizarte para no sentir que te ahogabas en tareas y trabajos. Aún mejor, puede que por fin hayas vencido el pánico de prender la cámara, aunque segundos después la hayas apagado porque te sentías observado por todos.

Dijiste y escuchaste en repetidas ocasiones algunas de las siguientes frases; “¿Me escucho?”, “Sí se ve mi presentación?”, “Se trabó profe, ¿lo puede repetir?”, “No puedo prender mi cámara prof”, “Perdón por llegar tarde, tuve problemas con mi internet”.

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Comenzaste a valorar el duro trabajo al que se enfrentan los profesores en su día a día para que tú puedas aprender. También revisaste tu micrófono mil veces para asegurarte de que estaba apagado antes de soltar algún comentario imprudente. 

Reíste, te divertiste, te estresaste y algunas veces te sentiste frustrado. Hoy extrañas el contacto humano y el tiempo compartido con tus amigos pero también volteas hacia atrás y te das cuenta de que has podido superar el “zoomestre” y has logrado adaptarte a las exigencias de las clases en línea. Es una experiencia extraña, pero igual de especial que todas las demás.

Aún queda un largo camino por recorrer. ¿La buena noticia? Puedes con esto y mucho más, pronto las cosas mejorarán y estaremos de regreso. Mientras tanto, date un respiro y desconéctate.

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